Artículo escrito por Eduardo Gudynas, publicado en el diario La Primera. Nuevas
evidencias indican que se apaga el sueño de una nueva una bonanza petrolera
global basada en la fractura de esquistos. Esos sueños descansaban en los
llamados hidrocarburos no convencionales, obtenidos a partir de la fractura hidráulica
de esquistos (fracking). Se esperaba así superar el agotamiento de muchos
campos de petróleos convencionales en distintos países. Se llegó a predecir que
los precios caerían, la oferta sería abundante, y Estados Unidos volvería ser
un gran productor. Las voces de alerta, una vez más fueron desoídas.
Pero, al día de
hoy, la evidencia se vuelve inocultable. El volumen que se extrae de cada pozo de
fracking es menor y declina más rápidamente que en los yacimientos convencionales.
Esto obliga a realizar nuevas perforaciones muy cercanas entre sí. Se
multiplican los impactos ambientales y
sociales. Se llega a situaciones como las de una cuenca en EE.UU., donde para
obtener un millón de barriles por año, se deben perforar casi siete pozos cada
día. Se inyectan todo tipo de productos y agua para forzar la salida de los
hidrocarburos. El resultado son pozos donde brota cinco veces más agua que crudo.
Todo esto
desemboca en procedimientos muy caros, atrapados en balances insostenibles: hay
empresas que gastan US$ 1,50 por cada dólar de hidrocarburo extraído, según un
reciente informe de Bloomberg. Esta actividad es rentable solamente cuando los
precios del petróleo convencional están por encima de los US$ 100 / barril, y
se disponen de subsidios. No sólo eso, sino que se está llegando a la situación
donde el balance energético también es imposible: se gasta energía que equivale
a más de un barril de petróleo, para extraer un barril del subsuelo.
Frente a esto se
debe mirar con mucha cautela la euforia global con los petróleos no
convencionales. Algunas imitaciones
latinoamericanas son muy riesgosas, como las del gobierno argentino, que
embarcó a su petrolera estatal en un acuerdo con Chevron para explotar los
esquistos del sur del país.
Entretanto,
países con hidrocarburos convencionales, como Perú, deberían evaluar con mucha
cautela el ritmo de extracción para reducir los impactos, preparándose para una
inescapable escasez sin caer en la fatalidad del fracking.
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