Artículo escrito por Eduardo Gudynas de CLAES, publicado en el diario La Primera. Están
confluyendo en Lima los debates sobre lo que posiblemente son los dos mayores
problemas ambientales globales: la proliferación de los extractivismos y el
avance del cambio climático.
Las
actividades extractivas, como la megaminería metalífera, la explotación
petrolera o los monocultivos de exportación, se han convertido en los pilares
de las estrategias desarrollistas sudamericanas. Paralelamente, el reciente
informe del Panel sobre Cambio Climático ha dejado en claro que éste existe, su
origen es humano, se está acelerando, y los efectos serán enormes.
Las
conexiones entre los dos procesos son intensas, comenzando por tener presente
que el extractivismo petrolero alimenta de hidrocarburos a varios procesos
productivos, generando los gases invernadero que explican el cambio climático
planetario.
Este tipo
de cuestiones se acaban de analizar en Lima en un nuevo curso taller sobre
extractivismos y alternativas al desarrollo, convocado por la RedGE (Red Peruana
por una Globalización con Equidad) y el Centro Latino Americano de Ecología
Social (CLAES). Allí también se abordaron las conexiones con el cambio
climático, ya que Perú será sede de la próxima reunión de la convención de
Naciones Unidas en esa temática.
Sabemos
que si se desea evitar realmente el cambio climático, las emisiones de gases
con efecto invernadero deben reducirse drásticamente. La humanidad dispone de
un “espacio” de emisión remanente estimado en unas 500 Giga toneladas de
carbono si es que quiere evitar un aumento peligroso de la temperatura
promedio. Pero las reservas de hidrocarburos, si fueran extraídas y quemadas, generarían
aproximadamente el triple de emisiones.
Por lo
tanto, desde el punto de vista de una ecología global, ya no se podría avanzar
con nuevos pozos petroleros. Y desde un punto de vista regional, tampoco se
debería hacerlo en zonas de alta biodiversidad, como la Amazonia.
Al
analizar estas condiciones en Lima, se recordó que los debates más recientes ya
no se enfocan en negar estas implicancias, sino en discutir cuáles serían las
mejores transiciones hacia un futuro postextractivista. Transiciones que, concertadas
democráticamente, deben asegurar la calidad de vida y la protección de la
Naturaleza.