Artículo escrito por Eduardo Gudynas de CLAES, publicado en el diario UNO. Las circunstancias internacionales vuelven a
poner en primer plano el íntimo vínculo entre los extractivismos y la
corrupción.
El caso más claro ocurre en Brasil con la
empresa Petrobras, envuelta en el pago de sobornos y comisiones a empresas y
partidos políticos. El valor de los fraudes y pérdidas de la petrolera ha sido
estimado en más de US$ 25 mil millones, pero la cifra exacta se desconoce. La
empresa no logra cerrar sus balances y los auditores externos no están
dispuestos a firmarlos. Su valor de mercado ha caído casi a la mitad y su deuda
es enorme (más de US$ 135 mil millones, buena parte de ello con acreedores
extranjeros). Las investigaciones muestran sobornos a personeros de distintos
partidos desde hace años.
El caso Petrobras no es un hecho aislado.
Observando a los vecinos, se encontrarán denuncias de corrupción, coimas o
irregularidades involucrando a empresas petroleras en todos los países, sin
excepción. Por ejemplo, el pago de sobornos para conseguir contratos se ha
denunciado en Ecopetrol de Colombia o YPFB de Bolivia, mientras una nebulosa envuelve
a PDVSA y sus subsidiarias en Venezuela.
Incluso en Uruguay, donde la corrupción está
acotada, se ha denunciado a la petrolera estatal ANCAP por triangulaciones con
la estatal ecuatoriana Petroecuador y una empresa comercializadora, y debe
explicaciones sobre la participación de uno de sus gerentes en empresas que le
vendían servicios de exploración.
Estos casos muestran que la corrupción es
consustancial a los extractivimos más rentables. Allí donde existen ganancias
exageradas por altos precios de las materias primas, hay petroleras y mineras que
más tarde o más temprano caen en algún tipo de corrupción. La esperanza de que
la propiedad estatal sirviera como blindaje a la corrupción se ha
resquebrajado.
En estos pagos se repite la “vieja”
corrupción, donde algunos buscan llenarse sus propios bolsillos. Pero también hay
una “nueva” corrupción con el objetivo de financiar partidos políticos, y en
especial sus campañas electorales. Por ejemplo, el caso Petrobras alcanza a 49
políticos de distintos partidos, llegando al tesorero del Partido de los
Trabajadores. Si esa situación se confirma, no faltará quienes digan que la
corrupción extractivista fue vital para la reelección presidencial.
Es llamativo que todo esto estalle ahora. Es
como si con los altos precios del crudo había suficiente dinero para darle su
parte al Estado o las accionistas, a los sobornados, a los partidos, etc.
Ahora, con la caída de la rentabilidad, no hay tanto dinero para repartir y se
están abriendo muchas bocas que permanecían cerradas.
Emerge una clara lección: los extractivismos
de alta rentabilidad generan tanto dinero que se convierten en una enorme tentación
y riesgo de corrupción para los sistemas políticos. No sólo impactan sobre el
ambiente y comunidades locales, sino que desnudan las miserias y flaquezas de
la política convencional.
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