Artículo publicado en el diario La Primera, escrito por Eduardo Gudynas. Esta semana, dos hechos ocurridos en sitios
distintos, terminaron directamente relacionados. En Suiza, el pasado lunes se
presentó un nuevo reporte sobre el estado del “planeta vivo”, donde se alertó
sobre la grave sobreexplotación de los recursos naturales. Pocos días después,
en Perú, finalizó un simposio internacional donde se debatieron alternativas de
salida a ese estado de cosas.
El informe sobre el “planeta vivo” muestra un deterioro en la
biodiversidad, con una caída del 28% del “índice de vida”, un indicador sobre
el estado de los principales grupos animales del planeta. La apropiación de
recursos naturales que realiza el ser humano, ya supera en un 50%, las
capacidades biológicas del planeta para alimentarnos o absorber el carbono de
nuestras chimeneas. Toma un año y medio recuperar los gastos y deteriores
ecológicos de cada año. Por lo tanto, se está perdiendo la reserva de
patrimonio ambiental de la humanidad.
Detrás de esto hay un uso desigual de los recursos naturales. Los
países industrializados y las naciones petroleras árabes tienen las mayores
“huellas ecológicas” del planeta. En casi todas ellas, cada persona necesita de
más de 4 hectáreas del planeta para obtener recursos o recibir sus
desperdicios. Pero en América Latina, un peruano en promedio requiere 2.03
hectáreas, un chileno un poco mas (3.24), aunque un colombiano menos (1.80). En
general, las naciones pobres consumen menos de 2 hectáreas por persona.
Estas disparidades son posibles por un desigual comercio, donde el
sur sigue vendiendo recursos naturales para que naciones ricas o en alto
crecimiento económico, puedan tener esas enormes “huellas ecológicas” de
consumo. La demanda minera o la voracidad agrícola se debe a estos factores
globales.
El informe sobre el “planeta vivo” es muy bueno en su alarmante
diagnóstico, pero no ofrece medidas de salida sustantivas. Esas cuestiones
fueron analizadas aquí en Lima, en un seminario internacional animado por la
RedGE.
Las propuestas giraron alrededor de vías para superar la
dependencia de exportaciones primarias y recuperar autonomía frente a la
globalización (desde la demanda de los mercados hasta los flujos financieros). Esta
fue una preocupación compartida entre todos los participantes andinos. El
objetivo es usar juiciosamente los recursos naturales en las necesidades
nacionales y continentales, antes que en las globales. Esta reorientación de la
producción requiere, sin dudas, otro tipo de integración continental, con menos
retórica y más medidas concretas de coordinación comercial y productiva.
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